|  La 
        colección de armas reunidas por D. José Estruch y Cumella, 
        expuesta entre 1888 y finales del mismo siglo en el Museo-Armeria que 
        su propietario hizo construir adosado a su vivienda, en Barcelona, se 
        deshizo al ser vendida cuando la remodelación urbanística 
        de la Plaza Cataluña impuso la demolición de estos edificios. 
        No obstante la Colección Estruch sigue existiendo gracias a los 
        catálogos editados en 1888 y 1896.
 No ocurre 
        lo mismo con la colección reunida en los años 40 por otro 
        coleccionista catalán, que, en un intento de emulación del 
        Cau Ferrat de Sitges, figuró expuesta como Cau Armat en Cerdanyola 
        y se disolvió al ser vendida en los 60. Mejor suerte tuvo la colección 
        Alfonso Fierro. Su venta mediante subasta originó la edición 
        de unos catálogos que permiten seguir admirándola. No son pocas 
        las razones que en la actualidad desaconsejan a los coleccionistas hacer 
        pública la relación de sus pertenencias, pero carecer de 
        su inventario sólo constituye imprevisión. El coleccionista 
        sólo se acredita como tal mediante los conocimientos que va acumulando 
        en esa actividad, reflejados en un inventario que debe limitarse a señalar 
        las características que justifican el interés de cada pieza. 
        La calidad es inalterable, el valor económico no, y resulta totalmente 
        desacertada la tan usual inclusión de la cifra desembolsada en 
        cada adquisición, que, en todo caso, sólo interesa a quien 
        la satisfizo. Distinto es conservar a buen recaudo las facturas de compras 
        realizadas en establecimientos acreditados. Mediados 
        los años 60 realicé mi primer trabajo cono documentalista, 
        el inventario de lo expuesto en el Cau Armat, ya en otra ubicación 
        y que su propietario deseaba liquidar tal como hizo al poco. Desde entonces, 
        llevo inventariadas regular número de colecciones generalmente 
        por la misma razón, el deseo de ponerlas en venta ya sea debido 
        a una pérdida de afecto por parte de su hacedor o sus herederos. 
        Tardío deseo en constatar el interés de lo reunido que no 
        suele deparar alegrías, ya que si bien tengo comprobado que en 
        toda colección figura cuando menos una pieza de cierta relevancia 
        que no suele ser la preferida por su poseedor hasta que se lo haces ver, 
        esto no le libera de la decepción que le proporcionan las restantes. Comprensiblemente 
        para muchos el coleccionismo constituye una actividad lúdica en 
        que los conocimientos se adquieren sin necesidad de esfuerzo, confiados 
        a su intuición o delegados en el asesoramiento de proveedores. 
        "Mi colección no es de libros" me vino a decir uno en 
        cierta ocasión, consiguiendo desapareciera toda mi curiosidad hacia 
        lo que podia tener amontonado. Evitar caer 
        en el coleccionismo obsesivo es muy sano, ocupar en esta actividad el 
        tiempo libre renunciando a adquirir mayores conocimientos es perderse 
        lo mejor, pero puede resultar entretenido. Lo que no cabe es prever otro 
        beneficio de lo así reunido que los buenos ratos pasados en ello. 
        Tampoco es baladí. Juan L. Calvó |